Flávio Carvalho (Sociólogo)

“Lula: Mira, déjame decirte algo, yo dudo que en este país haya algún empresario que diga que algún día negoció cinco centavos conmigo. Glenn Greenwald: Antes, ellos pusieron mucha plata para apoyar su campaña. Lula: Es que en Brasil sólo da dinero quien es rico, quien es pobre no tiene plata para dar. Seamos honestos. Glenn: Necesita apoyo de personas ricas. Lula: Lógico. En Estados Unidos incluso es algo encantador. Glenn: Obama, Clinton, ellos tuvieron mucho apoyo de Wall Street, de muchas empresas. Lula: Estas eran las reglas del juego. Glenn: Y es así como los ricos ganan favores”. Entrevista. 11 de abril de 2016.

 

“Es una certeza que tengo: fuera del mundo de los pobres y de su protagonismo político, los progresistas siempre correrán el riesgo de sostener el violín con la izquierda y tocarlo con la derecha”. Frei Betto, por un nuevo progresismo en Brasil. 13 de mayo 2016.

 

El camino más fácil es la crítica a las evidencias. El ilegítimo nuevo Presidente de Brasil, Michel Temer, no es un solamente un astuto político. Es un ícono contra todo el simbolismo del centro-izquierda latinoamericano: Chávez, Evo Morales, Correa, Bachelet, los Kirchner, Mujica… y Lula. Capitalista, neoliberal, conservador, racista, machista, homófobo, fundamentalista religioso, golpista… ¡Vaya! Temer es todo un genio de la derecha brasileña. La derecha que cuando no está a la sombra de cualquier gobierno, está en ello mismo. Pero esto no es lo importante.

Yo no soy de caminos fáciles. No me gusta la idea de quedarme solamente en la denuncia del golpe (¡sin jamás dejar de hacerla!), mientras la izquierda tradicional brasileña se pierde en tres temas: una parte exige nuevas elecciones (pensando en la vuelta del salvador de la patria, Lula); otra no está de acuerdo y pide la nulidad del proceso de impeachment (pensando en que ya cae la máscara de todas las injusticias contra Dilma); y todos entran en los comicios municipales del próximo octubre, pensando en su propia sobrevivencia. Brasil es el país del mundo con más partidos políticos y las elecciones, como una gran fiesta de la democracia, sólo las ganan los que la montan más grosa.

Yo prefiero insistir en ser un pesado radical anticapitalista. Quiero hablar mirando a los ojos de mis compañeras y compañeros. Necesitamos más Paulo Freire que nunca. Es hora de hacer buenas preguntas, más que buscar bellas respuestas. Yo prefiero seguir intentando provocar una más que difícil autocrítica constructiva de los errores de estos años de gobierno del Partido de los Trabajadores. Partido que he ayudado a construir desde 1989, año en que me aproximé, hasta 2005, año en que (en plena elección de Lula), me distancié. Una de las riquezas del PT era justamente el debate plural entre las veinte corrientes internas que ha llegado a tener. Hoy, tampoco estoy dispuesto a perder mi precioso tiempo con el elogio -también fácil- de los innegables avances en políticas sociales de enfrentamiento de la miseria extrema y de los problemas de desigualdad social. Primero lo primero: el hambre. ¡Y punto!

Tan fácil es para mí, ahora, hacer un listado de las propias debilidades de la izquierda brasileña. Viviendo 11 años en Cataluña, vuelvo de unas políticamente tristes vacaciones de agosto en Brasil. Mi país, donde la gente sigue festera y con esperanza. Lo mejor, a pesar de todo. Allá, mis viejos compañeros de movimientos sociales me decían a la cara que hablar es fácil, viviendo fuera del país. Yo sigo hablando y haciendo mis listas. No haber ganado la hegemonía social y cultural, y vivir de una falsa ilusión de llegada al poder político. Ganar, después de tantas elecciones perdidas contra el poder económico, haciendo “alianzas estratégicas” con una parte de la “buena burguesía”. Beneficiarse, como quinto país del mundo, riquísimo en materias primeras y medio ambiente, de una coyuntura internacional favorable y caer cuando el viento cambia. Ganar unos juegos olímpicos con 5% de crecimiento y realizarlos con menos 3,5%. Inflar la burbuja del crédito -principalmente para una nueva clase mediana consumista- y substituir la imperialista deuda pública externa por la deuda privada de cada familia. No enfrentar directamente a los banqueros ni a nuestros Berlusconis: la Rede Globo, por ejemplo. No (¿poder o querer?) hacer las reformas estructurales: la política, la tributaria, la agraria, la de la estructura sindical mussoliniana… Qué fácil es hablar, ahora. En los años del PT el crédito para la construcción civil creció 20 veces. El país que concentra el 20% de toda el agua dulce del mundo tiene hoy las playas y ríos con mucho más basura por lo crecimiento industrial y consumista. Lo acabo de constatar personalmente…

Volver a la España de las ridículas terceras elecciones presidenciales y que en materia de corrupción me suena tanto a Brasil (¿o será el revés?) es pensar que, en materia política, solamente dos cosas me hacen pensar que no hay lecciones de moral a dar entre estos dos países, pues mientras España, con toda la crisis, es el segundo país, después de Estados Unidos, que más dinero privado sigue ganando en Brasil. Esto poca gente aún lo sabe.

La primera cosa a que me refería es que un poco del aliento de regeneración democrática, como el que solamente se ha iniciado con el 15M español, haría muy bien al Brasil. Allá, en Brasil, he encontrado unos cuantos de mis compañeros de 20 años de política haciendo lo mismo, con el mismo discurso de años atrás y poco abiertos a nuevas dinámicas emergentes y socioculturalmente transformadoras, estructurales y no secundarias: derechos de autodeterminación, transnacionalismo sin fronteras, feminismos de verdad, laicismo radical, otras formas de relacionarse con el cuerpo y reeducación alimentaria, entre otras “frescuras”, como se dice en Brasil -un país agrícola que está substituyendo el hambre por la obesidad de los alimentos más insanos-

La segunda cosa que “exportaría” (re-contextualizando, evidentemente) a Brasil, hoy mismo, sería el municipalismo desde abajo de las CUPs catalanas, con un control intenso contra la acomodación de los “políticos profesionales” y un nuevo proceso constituyente cuestionando absolutamente todo y con la más extrema de la más extrema radicalidad democrática. Esta última, incluso, como la única posibilidad de que hasta incluso vuelva Lula, como que sea aquél Lula de mucho antes. Si es para hacer lo mismo, ya se ha visto lo que puede pasar.

Tanta obviedad me parece decir que la crisis política en Brasil puede ser, por fin, una gran oportunidad. Pues, en las más de diez mesas de debate y de denuncia del golpe que he tenido oportunidad de participar en Barcelona, las frases que más utilicé fueron: “el pacto con el diablo no podría haber salido gratis” y “acabo lleno de esperanza de que no hay mal que para bien no venga y que el golpe, por peor de peor, ha servido para que el mundo perciba nuestras vergüenzas internas y que no había nada fácil en la mudanza que Brasil ha vivido en estos trece años”.

Y, acabaré mi reflexión citando y concordando, con Boaventura de Sousa Santos, cuando resume la solución a dos cuestiones: constitución y hegemonía. En Brasil, los Gobiernos de Lula y Dilma no se dedicaron (otra vez por la pregunta sobre no querer o no poder) a estas dos fundamentales cuestiones: “Esto explica también que los muchos errores cometidos no sean considerados como errores, sino que sean omitidos y hasta convertidos en virtudes políticas o, al menos, sean aceptados como consecuencias inevitables de un Gobierno realista y desarrollista. Las tareas incumplidas de la Constitución y de la hegemonía explican también que la condena de la tentación capitalista por parte de los gobiernos de izquierda se centre en la corrupción y, por tanto, en la inmoralidad y en la ilegalidad del capitalismo, y no en la injusticia sistemática de un sistema de dominación que se puede realizar en perfecto cumplimiento de la legalidad y la moralidad capitalistas”.